Van pasando los días y las noches ,
Las nubes oscurecen el horizonte y a lo lejos me da la impresión de que la naturaleza se ha parado.
El covid se ha adueñado de nuestras vidas y voluntades. La soledad se hace más angustiosa.
Y la angustia y casi desesperanza se ha convertido en una vida que nunca antes había conocido.
Nadie sube, nadie baja. Nadie habla. Todos nos miramos, callados, miedosos, asustados.
La ciudad, el pueblo, sus calles y jardines están paralizados. Los balcones, las ventanas, los portales de las casas están vacíos. Nadie entra, nadie sale...
¡¡Dónde están los que aplaudíamos a las 20.00 horas a los enfermeros, a los médicos, a los sanitarios, a los que aseaban los hospitales, los CAP.!! Las ciudades han muerto.
Y si salgo un momento para buscar el pan o un periódico, la gente me mira y yo también miro a la gente, en silencio, parece que desconfiamos los unos de los otros y nos escondemos en silencio para no ver la nada de la calle.
Pero antes cuando regresaba a casa, tenía una ilusión: estaba Linda, me esperaba, me acompañaba a la cocina, por toda la casa, vivía, estaba allí, aquí...
¡Ahora voy!, Josep María , tráeme el periódico, por favor, y un vaso de agua, y sobretodo, ¡no cierres la puerta de la cocina tengo miedo de que me pase algo y no me oigas!
La casa , como todo el pueblo, como toda la calle, está en silencio .
Y todas las habitaciones, el gran balcón o terraza, los sillones, están también en silencio. Falta el amor que daba vida a todo y a todos. Falta Linda , su lucha por vivir, su ansia de compartir su tiempo para que me preparase ... para después .
Decía:" las plantas quieren que se les hable y se las mime". Procuro hacerlo, y por ahora parece que me lo agradecen.
Ellas me hablan a todas horas de Linda, y si algo no hago bien se ponen tristes y mustias.
¡ Y esto no me lo puedo permitir !
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