domingo, 19 de agosto de 2007

UN JAQUE MATE ME ABRE ALGUN RESQUICIO DE ESPERANZA

Omito muchos pormenores de los interrogatorios y declaraciones firmadas o grabadas por una sucesión ininterrumpida de militares de todas las graduaciones, de capitán hacia abajo. La comida seguía igual. Mi régimen adelgazante era de lo más efectivo que había encontrado sin proponérmelo y la estrechez de mi "cómoda habitación-sauna" me permitía hacer enormes sesiones de sudoración y marcha a lo ancho , largo y de través para autoestimularme diariamente. 
 
 Un día, no recuerdo cuántos habían pasado se sucedieron diversos acontecimientos que alteraron mi monótono quehacer diario. Un Comandante del cuartel de Corumbá me hizo presentarme ante él. Sus ayudantes apuntaron mis respuestas, supongo que también sus preguntas; la sesión duró aproximadamente unas tres horas, que yo aguanté de pie. Al finalizar su ayudante me presentó la hoja de declaración que yo había hecho. ¡¡Cuánta imaginación y creatividad la de aquellos impresentables!! Evidentemente no la firmé, lo cual ayudó magníficamente a mi régimen de adelgazamiento. Aquel día sólo comí agua del grifo.
 Por la noche un sargento me recordó en mi aposento, con dos bayonetas apuntándome cariñosamente , lo del matto grosso, lo de perderse, o lo de entregarme a la policía política para ayudarme a aclarar mis ideas. Muy de mañana, todo estaba oscuro, un fuerte golpe en la puerta me despertó.

 Debía firmar la declaración: Había escapado de la Revolución de Banzer, pretendía buscar voluntarios en Santa Cruz, me había escrito y relacionado con Pablo Freire y Mons. Casaldáliga , era afiliado al PARTIDO COMUNISTA  Boliviano etc. etc. No firmé. Y me negué a hablar de todo aquello que no conocía
Me atreví a más y expuse la arbitrariedad de mi detención, la falta de respeto al derecho de asilo en la Iglesia en Brasil al igual que en Bolivia y exigí tener noticias y referencias de mis superiores en España a dónde , según mis declaraciones , pretendía ir ya que estaba cansado y aburrido de tanta lucha entre hermanos bolivianos. Mi gran falta, les expliqué, fue que no quería ni aceptaba dinero para celebrar una eucaristía y que iba siempre con perilla, además de publicar mensualmente en el periódico LA VERDAD de Santa Cruz de la Sierra diversos artículos sobre educación y libertad. Algo les sorprendió de lo que les decía. Se levantaron, me dejaron solo . 
 El día ya había amanecido. Tuve miedo. No sabía lo que pasaba ni me lo imaginaba ni quería intentarlo. Al poco rato un teniente me pidió que le acompañase. La cantina del cuartel para los oficiales parecía de un hotel de verdad. Me sentaron literalmente en una mesa. Pasó mucho rato. Era punto de atracción de todas las miradas... ¡cuánto militar! Después apareció un capitán. Era católico, me dijo, y quería hablar de religión. Me invitó a desayunar (buen desayuno) y se quedó toda la mañana conmigo. Al final me dijo que le gustaba jugar al ajedrez. Le gané de largo. Dos partidas en aquella mañana acabaron en jaque mate para el brasileño, que me sonrió cínicamente cuando le hice esta reflexión. A mediodía me invitó a comer con los oficiales, solo en una esquina... pero comí una feijoada. Fue la segunda de mi vida. Por la tarde volvió y me habló de filosofía, de Descartes y del idioma francés. (Él se había formado en Francia ) . Mi suerte empezaba a cambiar; esto es lo que yo creía y deseaba. Pero no era oro todo lo que relucía en las estrellas del cuello de su chaqueta.

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